Esta mañana tuve mi reunión inicial del Plan Prepara. O lo que es lo mismo, la primera reunión obligatoria a la que he tenido que ir porque estoy recibiendo la ayuda de los 400 euros a parados de larga duración. Sí, esa que para poder cobrarla el Gobierno de Rajoy ha endurecido los requisitos. Lo cierto es que me encaminaba a la reunión con un cierto aire de desgana y otro poco de cierta vergüenza. Desgana porque pensaba que lo que podía aprender allí no me serviría de nada, y vergüenza porque ser considerado un parado de larga duración (no tengo contrato desde el mes de marzo) no entraba en mis planes de vida. También porque no se te deja de pasar por la cabeza la idea de que si estás en el paro es porque algo has hecho mal. Pero jamás pensé que iba a experimentar algo como lo que he vivido hoy.
Los primeros minutos fueron normales. Todos nos sentamos en torno a una mesa alargada. La responsable de nuestro grupo se presentó. Se llama María José. En seguida saqué mi libreta y comencé a anotar, seguro de que en unos minutos me aburriría. Fui apuntando los nombres de mis compañeros. En total 10 mujeres y 4 hombres. Dos de mis compañeras llamaron mi atención. Eran las únicas en superar los 40 años de forma evidente. Además, una de ellas llevaba en un carrito a una niña china -¿Es tú hija?- Le pregunté. -No, es que la cuido- respondió la mujer de ojos azules y rostro cansado. Lo primero que pensé es que trabajaría cuidando a la niña y que no tuvo más remedio que llevarla con ella. La niña dormía en el carrito.
Lo primero que tuvimos que hacer fue rellenar una ficha, en la que debíamos anotar nuestra formación, una breve reseña de nuestra vida laboral, el tiempo que llevábamos parados y algunos temas que nos gustaría tratar. La segunda tarea fue la de explicar, uno a uno, lo que habíamos escrito. No hacía falta ser muy listos para saber que éramos un grupo heterogéneo. Canis, modernos, pijos, gente muy joven, gente menos joven....
Desde un albañil que ha trabajado de todo, hasta una arquitecta técnica que ahora hacía cursos de repostería, pasando por una chica muy guapa que había trabajado en Alemania y que aseguraba que no pensaba salir más de España después de lo vivido. -Es que en "Andaluces por el mundo" o en "Españoles por el mundo" lo pintan todo muy bonito, a todo el mundo le va bien y todo el mundo vive en casas maravillosa. Verás como no sacan a la gente que lo está pasando mal- exclamó un chico tras escuchar el testimonio de la joven.
Siguieron los testimonios. Una de las dos mujeres de más de 40 años, con una estética pija, explicó que toda su vida había trabajado de secretaria, pero que ahora nadie quería a secretarias tan mayores. -Así que me gustaría saber si hay trabajos por internet, en los que no importe la edad-, reclamó a la orientadora laboral. A mi lado otra chica, que había estudiado estadística y siempre trabajó para la administración pública. Ahora espera, sin mucha esperanza, la convocatoria de oposiciones.
Después de dar mi testimonio llegaba el turno de la mujer que cuidaba a la niña china, que seguía durmiendo plácidamente. La mujer de ojos azules comenzó con voz temblorosa. Había llegado desde fuera de Andalucía hace unos años, asegurando que en su ciudad la cosa estaba muy mal. Nos explicó brevemente su vida laboral de los últimos años, encadenando trabajos en la hostelería o en el comercio. También comentó que cuando estaban a punto de hacerla fija en un comercio, se cayó por unas escaleras y se rompió algún hueso del que no retuve el nombre. Se tuvo que dar de baja y la despidieron. La voz le temblaba más y más a cada segundo.
La mujer de ojos azules y rostro cansado también había sufrido violencia de género y sus hijos están lejos de ella. Nos explicó que vivía en una habitación que le habían alquilado unos vecinos chinos, que resultaron ser los padres de la niña. Allí vivía a cambio de cuidar a la niña y limpiar la casa. Literalmente dijo que la habían "acogido". Pero parece que a los chinos, con su tienda de chinos, tampoco les va la cosa muy bien. La mujer de ojos azules y rostro cansado no pudo reprimir el llanto cuando comenzó a hablar de sus hijas pequeñas, a las que lleva tiempo sin ver. A veces le salía algún trabajillo limpiando la casa de alguna vecina. "Pero qué le voy a cobrar, si algunas mujeres sobreviven con una pensión de 500 euros, por eso en vez de pagarme, me dan fruta o comida", explicó la mujer de ojos azules.
Yo me giré, no quería que nadie me viera llorar, pero en seguida me di cuenta de que no era el único. Todo el mundo quedó sobrecogido con el testimonio, el más emocionante de todos. Aunque en cada intervención se notaba el cansancio y la desesperación de todos los que estábamos allí. Y también las ganas de compartir con gente muy diferente una experiencia muy similar.
Hasta dentro de un mes no será la siguiente reunión, a la que acudiré con la cabeza muy alta, y con la ilusión de que, cuando vuelva, alguna de las catorce personas que se han sentado en la mesa alargada habrá encontrado trabajo y ya no estará.
Y sí, hoy he aprendido algo muy importante, y es que uno no se puede avergonzar por estar parado, tampoco sentirse culpable. Hay que sobrevivir, con dignidad y ayudándonos los unos a los otros. Pero sin olvidarnos de que tenemos que luchar, por nosotros mismos, y por el resto de la gente que nos rodea. Y esa lucha tiene que ir encaminada a que las decisiones políticas nos beneficien a nosotros, y no a ellos. Ellos son los que jamás se sentarán en una mesa alargada.
Nota: lo único que espero es no encontrarme en los próximo días a nadie que me diga que el que no trabaja es porque no quiere, o que la gente ha vivido por encimas de sus posibilidades. No pienso contenerme.
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